En este mundo de máquinas y tecnología muchas mamás sentimos que deberíamos estar constituidas por cables, baterías de litio y una buena póliza de garantía ilimitada. Y es que las exigencias que nos ponemos las mamás son muchas, desde ser profesionistas laboralmente activas, hacer ejercicio, vernos bonitas, maquilladas, peinadas, no descuidar a los hijos, ser buenas madres, alimentarlos sanamente, llevarlos a la escuela, a clases extraescolares, que no descuiden a sus amigos, ser divertidas pero exigentes, tener una buena relación de pareja, comer sano, tener amigas…¡En fin! No describí ni una cuarta parte de todo lo que muchas mamás ponemos sobre nuestros hombros y, en verdad, tantas exigencias a veces nos vuelven locas.
En la edición pasada, Mónica Uribe escribió un artículo muy recomendable, y amasado directamente desde su corazón, en el que hablaba de la tan inquisitiva “culpa de mamá”, la cual se suma a las infinitas cargas que día a día manejamos. Muchas veces, esta terrible culpa se genera precisamente por descuidar una de las tantísimas labores que tenemos, sobretodo cuando sentimos que no le estamos dando a nuestros hijos la mamá que merecen.
¿Por qué será que sentimos esta culpa? ¿Por qué nos exigimos tanto como si fuéramos una computadora con capacidades ilimitadas? ¿Será la sociedad o seremos nosotras mismas que queremos comernos al mundo?
En realidad, es imposible saber a ciencia cierta qué hace que sintamos culpa con tanta frecuencia, pero, en definitiva, las eternas exigencias que las mamás sentimos contribuyen a que ésta sea cada vez más y más grande pudiéndonos causar problemas de salud física y mental. Pero, entonces, llega esa pregunta que nos hemos hecho más de una vez… ¿qué podemos hacer para disminuir la culpa y para no exigirnos tanto? La respuesta dependerá de cada una de nosotras, un primer paso podría ser ¡buscar ayuda! Ya sea psicológica o delegando algunas de nuestras (infinitas) obligaciones, pero también debemos dejar de compararnos con “las mamás perfectas”, que en realidad lo que muchas veces hacen es fingir un poco mejor la inmensa carga que llevan bajo sus hombros.
Veámonos al espejo, pero no para ver nuestras lonjas, las arrugas y las canas que van dejando los años y el estrés, si no, para ver realmente a la mujer que somos y que hemos construido, esa que vemos y que nadie más ve, con sus muchos defectos y sus infinitas cualidades, a la mamá que ama a sus hijos con locura, incluso en la desesperación, falta de paciencia y con los retos que nos presentan al crecer.
No somos malas mamás si de vez en cuando le damos comida congelada a nuestros hijos, si los dejamos con la abuela para ir a pintarnos las uñas o solo para tomar una siesta sin ruidos en casa, no somos menos si tomamos un trabajo de medio tiempo o si nuestros niños van a la guardería para que continuemos con nuestra carrera profesional. Todas tenemos diferentes prioridades y no por eso debemos pedir perdón, ni dar explicaciones.
Meditemos, agradezcamos por lo que podemos hacer porque, queridas mamás: solo tenemos dos manos, dos ojos y un gran corazón, repitamos lo siguiente ¡NO SOY UN ROBOT!