El arte es un medio de expresión, a través de él los seres humanos podemos transmitir nuestra perspectiva de la vida. ¿Qué pasa cuando en momentos de opresión se priva al artista de la capacidad de crear? Muchos artistas buscan seguir creando desde el anonimato o el exilio para compartir sus puntos de vista a toda costa y, en ocasiones, son impulsores del cambio.
A lo largo de la historia la mujer ha sido oprimida de diversas maneras y en el arte no ha sido la excepción, durante siglos las mujeres fueron mantenidas en la periferia sin la capacidad de expresarse. A pesar de esta subyugación conocemos a diversas exponentes que han logrado trascender a lo largo de la historia, tales como: Artemisia Gentileschi, Mary Cassatt, Camille Claudel, Beatrix Potter o Georgia O'Keeffe. Pero, ¿qué pasa con aquellas que hoy en día no son recordadas, artistas que por miedo al rechazo de sus obras permanecieron en las penumbras detrás de una cortina?
Déjame contarte una historia acerca de una escritora que estuvo cerca de formar parte de esta lista de nombres perdidos en páginas de grandes libros, Mary Shelley, la escritora británica de la famosa novela Frankenstein.
Mary nació en una familia rodeada de reconocidos filósofos y periodistas, tal vez por ello estaba destinada a tener el don de la palabra. Durante su segundo embarazo, tras la pérdida de su primer hijo, decidió comenzar a escribir aquella historia romántica que tanto nos conmueve. Al terminar su obra maestra, la publicó, aunque bajo un pseudónimo, por la preocupación de la posibilidad de perder la custodia de sus hijos. Los críticos aseguraban que este fascinante relato había sido creado por el esposo de Mary, Percy Shelley, ya que él había sido quien escribió el prólogo. Afortunadamente, en esa ocasión la historia no terminó ahí, ya que Mary recibió el debido reconocimiento a su autoría cuando la segunda edición de la novela Frankenstein fue publicada.
Frankenstein no sólo es una obra literaria excepcional sino que también sirve como recuento biográfico de la trágica vida de su autora, nos enseña de la realidad que vivía Shelley y acerca de verdades universales, tales como la coexistencia de la bondad y la maldad extrema: un monstruo puede ser menos malvado que su creador, un ser humano ambicioso.
Quizás también recuerdes a Louisa May Alcott, ¿has leído el clásico Mujercitas? Ella fue quien lo escribió. Viviendo en la tradicional sociedad victoriana, Louisa firmó la mayoría de sus creaciones literarias con el pseudónimo masculino -A.M. Barnard-, sin embargo, cuando escribió Mujercitas insistió en tener la autoría con su nombre femenino, ya que no sólo habla de temas tabú de la época, sino que se refleja en sus palabras, especialmente en Jo, uno de los personajes de su novela, que como ella es una escritora, soñadora y rebelde que quería transformar el mundo.
Hoy gozamos de una libertad sin precedentes, tenemos el derecho de firmar con nuestro nombre una carta, un ensayo, un libro o un artículo como éste. Pero, no podemos decir que todas en el mundo reciben esto, tomemos como ejemplo a las mujeres que perdieron su voz con la llegada del poder Talibán en Afganistán. Hoy en día muchas mujeres alrededor del mundo siguen siendo oprimidas y calladas, esto me lleva a reflexionar, ¿cuántas más deberán usar pseudónimos o crear desde el anonimato?